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Suicidio: primera causa de muerte violenta

15/08/2016

En Uruguay muere más gente quitándose la vida voluntariamente que siendo víctimas de homicidios o conflictos armados.

Ministerio de Salud Pública

Se trata de un fenómeno social estructural, masculinizado y distinguido geográficamente; se matan más hombres que mujeres. Los más propensos a hacerlo son los adultos mayores y los jóvenes adolescentes. Los métodos más utilizados son el ahorcamiento, las armas de fuego y el salto al vacío, y algunos de los momentos más elegidos para suicidarse son las madrugadas, los fines de semana, el Día de los Enamorados, Navidad, Año Nuevo y las vacaciones de invierno.

En el 2014 la tasa de suicidios en Uruguay fue de 17,4 cada 100.000 habitantes, según los datos aportados por Ministerio de Salud Pública. Si esto se analiza por sexo, se encuentra que cada 100 personas que realizan esta acción, aproximadamente 73 son hombres y 27 mujeres. Lo hacen con más frecuencia los habitantes del interior.

Pero esto no es lo único a tener en cuenta: las tentativas de suicidio son tan problemáticas como la autoeliminación y, en este caso, la realidad muestra que el 75% de los implicados son mujeres y un 25% hombres, recurriendo como primera opción a la ingesta de psicofármacos.

Víctor González, sociólogo del Grupo de Comprensión y Prevención Conducta Suicida­ —conformado por la Facultad de MedicinaCiencias SocialesHumanidades y Ciencias de la Educación, la Dirección de Salud Mental y Poblaciones Vulnerables de ASSE y la Dirección de DD.HH. de ANEP— destaca que el suicidio en jóvenes de 15 a 35 años en nuestro país está masculinizado y, de estos, la mayoría provienen de barrios precarios. “En Casavalle es el triple o el cuádruple más que en jóvenes de Pocitos o Carrasco”.

González explica que las conductas más agresivas socialmente están asociadas a los hombres; el consumo de drogas y de alcohol, así como los fallecimientos a causa de accidentes de tránsito. “La sociedad crea una especie de hombre joven y lo asocia a los tipos de consumo que realiza, es la matriz cultural que lleva a que los varones tengan esta clase de conducta”.

En referencia a los intentos de autoeliminación, los jóvenes son el grupo que encabeza esta acción. Las mujeres intentan terminar con su vida más que los hombres. Se trata de un tema no menor porque, en muchos casos, es la antesala de posibles suicidios y deben de interpretarse como un llamado de atención importante.

Está demostrado que quien hace el intento está disconforme con la realidad, está deprimido o no puede manejar algún problema.

El sociólogo destaca que hay que tener en cuenta la cantidad de jóvenes que han tenido tratamiento psicológico o psiquiátrico y entender quiénes son y por qué recurrieron a ello. De esta forma, se puede abordar la problemática desde sus causas y trabajar en la prevención del suicidio.

Según la última Encuesta Nacional de Juventud, realizada en 2014, el 14,9% de los adolescentes y jóvenes uruguayos realizaron al menos una consulta con un profesional de salud mental en el año previo, siendo mayor la proporción de mujeres y disminuyendo en ambos sexos a medida que la edad aumenta.

También se observa que, a medida que aumenta el nivel de ingresos, se incrementan las consultas con psicólogos y psiquiatras.

Mikaela Meléndrez, ex funcionaria de Último Recurso, considera que “el suicidio es tema tabú del que nadie quiere hablar”. “Pero que hay que hacerlo. Así como el sexo en los liceos se habla, esto también tiene que ser un tema del que se sienten a hablar. En muchos casos, como padre, cuesta aceptar que tu hijo se quiera suicidar, que esté pasando por un momento feo, pero si no lo ayudan va a terminar peor. Hay que abrir un poco la cabeza, es un tema mucho más alarmante de lo que mucha gente piensa”.

Meléndrez sostiene que, al estar tanto en contacto con jóvenes que quieren terminar con su vida, opina que tienen un “vacío existencial”, en parte por la sociedad en la que viven. “En el caso de los jóvenes con recursos, lo que pasa es que no saben qué hacer, tienen tanto que no saben qué hacer. Los padres o referentes no están en todo el día, no tienen atención, están solos”.

Muchos de los adolescentes viven problemáticas familiares que se manifiestan a través de asuntos que pueden parecer menores: discusiones con amigos, rupturas amorosas o problemas académicos. Una de las grandes barreras a las que se enfrentan los profesionales de la salud es que, ante estas situaciones, el apoyo familiar es casi nulo. “Muchas veces buscan ayuda a escondidas, porque los padres no quieren que vean un psicólogo y cuando llamás al padre, resulta más rebelde que el hijo”, relata Meléndrez.

Este fenómeno estructural de la sociedad uruguaya es resultado de la mezcla de dimensiones asociadas con problemas económicos, drogas y presión familiar, entre otras. González señala que, si bien la pertenencia socioeconómica es determinante, no se puede reducir únicamente a esto: “No podés decir que la pobreza es la que te está matando”.

El suicidio en los medios: ¿prevención o contagio?

El suicida es el reflejo de la fragmentación social que ha experimentado Uruguay desde principios del siglo XX hasta la actualidad y, en la mayoría de los casos, detrás de un intento de autoeliminación o un suicidio consumado, se entrelazan problemáticas de distintos orígenes que muchas veces son imposibles de desenredar.

Por otra parte, los medios de comunicación han sido materia de discusión en relación a los suicidios durante años. Según el Código de Ética de Camilo Taufic (Santiago de Chile, 2005) el suicidio es “contagioso” y, por tanto, se debe evitar la difusión de “detalles macabros”. Asimismo, entiende que “deberán publicarse solamente cuando se trate de personas de relevancia o supongan un hecho social de interés general”. El periodista debe de ser especialmente prudente con informaciones sobre suicidios.

La principal causa de muerte violenta en nuestro país son los suicidios y en segundo lugar se ubican los accidentes de tránsito, según el Observatorio sobre Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior. González no es ajeno a este dato y sostiene que tanto los accidentes de tránsito como los homicidios “venden más” en los medios que los suicidios, por lo que no es algo que se ponga en discusión o se reflexione.

Si vamos al trabajo de Durkheim en el siglo XIX, él decía que el suicidio no era contagioso. Lo que sí pienso es que no siempre es acertada la forma en que los medios de prensa trabajan. En algunos países se informa, pero se tiene cierto cuidado al pasar la información; no presentarlo como una solución, hablar el tema, pero con cierto cuidado.

Meléndrez sigue la misma línea de pensamiento que González: exponer los casos de suicidios en los medios de comunicación es un tema delicado. Si se los presenta como una alternativa válida para solucionar problemáticas resulta contagioso, porque aquellas personas que están evaluando la posibilidad de quitarse la vida pueden sentirse alentadas a hacerlo. “Si el informativo pasa la noticia cinco veces es una cosa, si pasa una estadística o informe más profundo es otra, lo que hay que hacer es hablar del tema. Generalmente cuando una persona se suicida y sale a la luz, al tiempo se dan cuatro o cinco suicidios más, en especial en la misma ciudad”.

Ambos entrevistados coinciden en la urgencia de implementar acciones para controlar y disminuir los suicidios en nuestro país.

“Hay dos puntas: por un lado, lo que es comprender el fenómeno, que es la parte de social, de humanidades y, por otro lado, la prevención; que se hagan talleres en los liceos, en centros penitenciarios, elaborar distintas guías para centros de salud pública y educativos”, explica González

Una de las grandes barreras a vencer para poder trabajar el asunto son los mitos que hay instaurados en la sociedad. “El que dice que se va a matar, no lo hace, o el que intentó matarse una vez, no lo va a hacer más. Hay que manejar el tema de los tabúes, reconocer lo que pasa. Los padres dicen: ‘¡Qué se va matar! Es una cosa de jóvenes, no lo va a hacer realmente, es una amenaza’. Esas amenazas son importantes, hay que escucharlas. Hay acciones que se vienen realizando, pero con los mitos y tabúes es complicado”, agrega.

González está seguro que para generar conciencia hay que hablar del tema y trabajar con los diferentes actores sociales involucrados, analizar la problemática a fondo: entender las causas, su diferencia por sexo, edad y grupo social. Hay que trabajar constantemente con los liceos: un suicidio afecta a la familia, a los amigos, a una institución completa. Se necesita conseguir apoyo psicológico para un número muy grande de gente.

Por otra parte, señala que la facilidad que hay en el Uruguay para acceder a armas de fuego es algo que debería discutirse. “Estamos muy cerca de Colombia o de Irak en la cantidad de armas que tiene su población”, destaca.

Meléndrez sostiene que los suicidios son prevenibles, pero no se intenta. “En los liceos no hay un psicólogo que trabaje y se dedique a tratar de prevenir el asunto de forma permanente. Hay que sistematizarlo, que se tomen un tiempo de hablarle y contarles que se puede evitar. Los profesores también tienen que ser educados en el tema. El profesor es el que está todo el tiempo con el alumno, lo conoce y sabe cómo actúa. Se pueden hacer acciones simples que pueden ser de mucha ayuda si se hacen a tiempo”.

“Solo quería llamar la atención”

Lucía (*) tiene 21 años y a los 15 empezó a deprimirse. Se encerraba en el cuarto por horas, lloraba sin parar y no quería ver a sus amigos. Dejó las actividades extracurriculares y se hundió en un estado de tristeza profunda permanente sin saber exactamente por qué.

Decidió que quería ver a un profesional y junto a su madre recurrió a un psiquiatra que le prescribió dos antidepresivos y dos ansiolíticos. Lucía tomaba medicamentos de día y de noche, asistía a sesiones con un psicólogo e intentaba continuar con su vida.

Pero las peleas con su hermano y su madre eran constantes; a veces se enojaba mucho y, con una ira incontrolable, rompía todo lo que tenía a su alrededor. Los días pasaban entre pastillas, somnolencia y un pensamiento reiterado y constante: quería tomarse el paquete entero.

Lucía llevaba casi un año completo de tratamiento y protagonizó una de las tantas discusiones con sus familiares. Se fue a su habitación, golpeó la puerta sin parar y luego decidió que era el momento perfecto para ingerir todo el frasco de tranquilizantes que tenía a su disposición.

—Yo tenía que tomar cinco gotas por día y me tomé cerca de 80. Me acosté a dormir sin decir nada. Al otro día me despertaron y casi no podía reaccionar, pero me levanté igual, no comí nada. Mi madre me preguntaba qué me pasaba, por qué estaba así.

—¿Buscabas matarte?

—Creo que no, solo quería llamar la atención, pero se me fue de las manos.

Intentó evitar el problema y se tomó un taxi con dirección a la casa de una amiga. Cuando llegó, su amiga se percató que algo andaba mal, así que insistió para que regresara a su casa.

“Cuando llegué a mi casa me tiré en un sillón a dormir y mi madre llamó a la emergencia. Tenía la cara y la lengua dormida, paralizada. Los médicos me dijeron que iban a tener que internarme, porque como eran gotitas, la sustancia ya estaba por todo el cuerpo, no podían sacarlas tan fácilmente. Así que me llevaron acostada en una camilla, en ambulancia. Todas las partes del cuerpo se me empezaron a dormir: piernas, brazos, todo. Y el médico me dijo que si no hubiese llegado a tiempo, probablemente me moría porque se me podía paralizar el corazón”.

Lo que sucedió después fue una serie de acciones incómodas que se repitieron una y otra vez durante horas: cada sesenta minutos monitoreaban su corazón, su presión arterial y le aplicaban inyecciones que hasta el día de hoy no sabe para qué servían. Fue una noche larga y había conseguido que toda su familia permaneciera en vela.

Lucía se repuso: el momento crítico pasó y hoy es un solo un triste recuerdo. Antes de regresar a su hogar, tuvo una consulta con psiquiatra. El especialista sostuvo que debía continuar tomando medicación, pero que a partir de ese momento, debía ser su madre quien la controlara. Ella no quiso. No quiso tomar más nada, ese momento tan cercano a la muerte le había servido para darse cuenta de que los problemas los tenía que solucionar de otra forma. “Y bueno, dejé todo de golpe, me costó adaptarme a estar sin pastillas, porque tenía cambios de humor muy grandes, pero luego pasó, y pude seguir adelante”.

(*) Nombre ficticio.